Reflexión
¡Qué regalo tan grande es poder mirar hacia atrás y descubrir que los orígenes de nuestro querido Santuario de La Loma están marcados por algo tan sencillo y a la vez tan profundo como el ser familia! No fue casualidad que aquellos primeros pasos se dieran entre hermanos, primos, novios y amigos, casi todos del ambiente de la Acción Católica. Había un tejido de vínculos que ya traía consigo una manera de vivir la fe en comunidad, de encontrarse con Dios en el otro, en lo cotidiano, en lo compartido.
En aquella pequeña comunidad, que hoy reconocemos como los primeros fundadores, la vida se tejía con vínculos verdaderos: Misa diaria, charlas largas, acompañamiento, oración, entrega. Se conocían de verdad, se cobijaban. Y la Mater los tenía como instrumentos para fortalecerse mutuamente en la fe. No era sólo una experiencia de cercanía humana: era una vivencia de Dios mismo, en medio de ellos.
Y nos sigue desafiando hoy esa misma mirada: ¿quién es mi prójimo? El más próximo. El de al lado. El del grupo, el de la casa, el del Movimiento. Porque si realmente creyéramos que en el otro está el Señor, que “si veo a mi hermana, veo a la Mater”, viviríamos distinto. Amaríamos distinto.
La Casa de la Familia nos recuerda eso: que la historia de Schoenstatt en Paraná no se construyó con estructuras, sino con corazones encendidos, jóvenes capaces de enamorarse de Ella y decirle que sí sin saber cómo seguiría la historia. Como decía: “tú estás colocado a disposición de la Mater… y eso basta”.
Hoy, 50 años después, sigue bastando. Porque el amor y los vínculos siguen siendo la piedra fundamental de esta Obra viva, que late con espíritu de familia.
¿Sabías que?
El terreno del Santuario originalmente era la mitad de lo que es hoy en día y para obtener la segunda parte, a Hugo Gómez le surgió la idea de hacer la llamada “Campaña del oro” donde cada uno ofrecía de lo suyo para poder conseguir el tan anhelado terruño. Tenían plazo de un mes para conseguir el dinero y en ese tiempo exacto consiguieron la suma buscada, “ni un peso más, ni un peso menos”, nos dice Quitito. “Pura providencia”
